Si el matrimonio bahá’í fracasa, queda la posibilidad de divorciarse, si bien es desaconsejado con severidad. Cuando los bahá’ís deciden divorciarse, deben vivir separados durante un año e intentar la reconciliación.
Si al cabo del año la voluntad de divorciarse persiste, el divorcio se concede (siempre que lo consienta la ley civil del país).
Este período -conocido entre los bahá’ís como “año de espera”- cuenta con la supervisión de la Asamblea Espiritual Local, el órgano local bahá’í de gobierno.
El fin fundamental del matrimonio bahá’í -más allá del compañerismo físico, intelectual y espiritual son los hijos. Los bahá’ís ven en la crianza de los hijos no sólo una fuente de gozo, sino también una obligación sagrada.
El hecho de que los escritos de Bahá’u’lláh afirmen categóricamente la igualdad completa de hombres y mujeres no impide que, al mismo tiempo, se reconozcan las diferencias entre la naturaleza masculina y la femenina.
De acuerdo con esto, los bahá’ís entienden que las mujeres desempeñan un papel especialmente destacado en la educación temprana de los niños, sobre todo en los primeros años, especialmente críticos para la formación del carácter y asimilación de los valores fundamentales de la persona.
Puesto que los bahá’ís creen que el alma aparece en el momento de la concepción, los padres suelen rezar por el bien del niño no nacido.
En las familias bahá’ís la educación en general, y la educación bahá’í en particular, ocupa un lugar de importancia suprema.
Desde la más tierna infancia, se anima a los niños a que desarrollen los hábitos de la oración y de la meditación, y también a que adquieran conocimiento espiritual e intelectual.
