La iglesia católica: La institución de matrimonio

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El libro del Génesis enseña que Dios creó a la persona humana varón y mujer, con el encargo de procrear y de multiplicarse: Hombre y mujer los creó, y los bendijo Dios, diciéndoles: procread y multiplicaos, y llenad la tierra (1, 28). Es entonces cuando instituye Dios el matrimonio y lo hace de modo principal para poblar la tierra y para que hombre y mujer se ayuden y sostengan mutuamente: No es bueno que el hombre esté solo; voy a darle una ayuda semejante a él (2, 18).

El matrimonio no es, por tanto, un invento del hombre: la institución matrimonial forma parte, desde el momento mismo de la creación del hombre, de los planes divinos. No es, pues, como dicen los marxistas, una invención burguesa o el último reducto de la sociedad capitalista.

De esa institución del matrimonio por parte de Dios tenemos también testimonios directos en el Nuevo Testamento. Uno de ellos tiene especial interés, pues Jesucristo atribuye al mismo Dios las palabras que figuran en el Génesis: ¿No habéis oído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Dijo: por eso dejará el hombre al padre y a la madre, y se unirá a la mujer, y ser n los dos una sola carne (Mt. 19, 45).

Por tener su origen en Dios, sólo a Él corresponde legislar sobre la institución matrimonial: lo recuerda Jesucristo en el Sermón de la Montaña, cfr. Mt. 5, 31-32.

Resumiendo con palabras del Magisterio, podemos afirmar que el matrimonio no fue instituido ni establecido por obra de los hombres, sino por obra de Dios; que fue protegido, confirmado y elevado no con leyes de los hombres, sino del Autor mismo de la naturaleza, Dios, y del Restaurador de la misma naturaleza, Cristo Señor; leyes, por tanto, que no pueden estar sujetas al arbitrio de los hombres, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges (Pío XI, Enc. Casti connubii, 31-XII-1930: Dz. 2225). 

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