La tarta nupcial, una tradicción con muchas variantes

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La tarta nupcial es una de las tradiciones más antiguas en la ceremonia nupcial, tradición que podemos incluso remontar al antiguo Imperio Romano. En Roma se pasaba un trozo de pan sobre la cabeza de la novia como símbolo y deseo de fertilidad. Las migas que se desprendían de este pan eran recogidas de inmediato por los invitados comiéndoselas sin mayor dilación.

Esta tradición estuvo vigente hasta alrededor del siglo XVII de nuestra era. Por aquel entonces surgió en Inglaterra una variación por la que, en lugar de pan, se empezaron a utilizar pequeñas tartas que no eran dulces. En un principio se trataban de sencillas elaboraciones a base de agua, sal y harina, pero a las que con el tiempo fueron se les fueron añadiendo nuevos ingredientes como frutas, frutos secos, etc. Estas tartas, un buen número de ellas, se situaban apiladas y la costumbre indicaba que la pareja de recien casados debía besarse sobre ellas tras la boda, algo que acababa con el derrumbe casi inevitable de la torre de tartas.

Para evitar este pequeño inconveniente, un cocinero francés ideo una nueva tarta durante el reinado de Carlos II. Se trataba de una tarta de varios pisos hecha a base de bizcocho. Con el paso del tiempo se fue elaborando cada vez más la tarta con nuevos y sucesivos añadidos: azucar glasé, cremas diversas, flores, decoraciones, etc.

Tarta nupcial

A partir de la tradición “clásica” de la tarta nupcial, con el paso de los años han surgido multitud de variantes, algunas francamente curiosas. En ocasiones alguno de los pisos de la tarta está hueco y puede contener alguna sorpresa como por ejemplo palomas. También existía la costumbre de esconder un anillo en alguno de los pisos de la tarta nupcial, la tradición decía que la felicidad recaeria en aquel invitado que lo encontrara. Una de las más curiosas, quizá, es aquella por la que se reservaba el piso superior de la tarta para el día del bautismo del primer hijo. En este caso las tartas debían ser elaboradas para que pudieran conservarse durante, como mínimo, un año; el uso abundante de licor estaba recomendado.

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