Compartir los sueños
El esposo y la esposa llevan al matrimonio aspiraciones muy preciadas y metas para el futuro. Al trabajar juntos, progresan mutuamente durante el transcurso del matrimonio.
Los cónyuges deben aprender a compartir sus esperanzas y sus sueños el uno con otro.Si dedican tiempo para estar juntos y se apoyan mutuamente, es más probable que alcancen sus metas y desarrollen un amor cristiano.Dicho amor “no tiene envidia” (1 Corintios 13:4), sino que experimenta satisfacción por el éxito de su cónyuge.
En los matrimonios sólidos, los cónyuges comparten sueños y se proporcionan el uno a al otro un apoyo amoroso y mutuo.
Para la mayoría de los recién casados, es fácil amarse mutuamente y velar el uno por el otro.
Pero al paso del tiempo, a veces los cónyuges olvidan demostrar amor por su compañero(a) y comienzan a pensar más en sí mismos. A veces las presiones del trabajo o de la crianza de los hijos hacen que las personas pongan en último lugar el atender las necesidades de su compañero(a).
El Evangelio enseña que los esposos y las esposas deben amarse mutuamente y velar el uno por el otro “así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).
Los matrimonios de éxito requieren atención constante para permanecer fuertes y saludables. Requieren un amor y sacrificio semejantes a los de Cristo.
El matrimonio es parte del plan de Dios
El matrimonio entre un hombre y una mujer ha sido una parte integral del plan de Dios desde el principio. Dios enseñó a Adán que “no es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18), y Eva llegó a ser su compañera. Uno de los propósitos fundamentales del matrimonio es tener compañía.
Dios también mandó al hombre y a la mujer: “fructificad y multiplicaos” (Génesis 1:28), o sea, tener hijos. Otro propósito central del matrimonio es traer hijos al mundo dentro del entorno de la familia.
El matrimonio y la familia son puntos centrales del plan de Dios para el destino eterno de Sus hijos. Nuestro Padre Celestial espera que hagamos todo lo posible mientras estemos en la tierra para prepararnos a nosotros mismos y preparar a nuestros hijos para vivir en una familia eterna.
Los esposos y las esposas son socios en un plano de igualdad
El apóstol Pablo enseñó que “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11:11). En el matrimonio y ante Dios, los hombres y las mujeres son igualmente importantes.
El matrimonio no da a ninguno de los cónyuges el derecho de dominar o maltratar al otro, sino al contrario, el esposo y la esposa deben ayudarse mutuamente como socios en un plano de igualdad.
El esposo y la esposa deben amarse mutuamente y velar el uno por el otro.
Para la mayoría de los recién casados, es fácil amarse mutuamente y velar el uno por el otro.
Pero al paso del tiempo, a veces los cónyuges olvidan demostrar amor por su compañero(a) y comienzan a pensar más en sí mismos. A veces las presiones del trabajo o de la crianza de los hijos hacen que las personas pongan en último lugar el atender las necesidades de su compañero(a).
El Evangelio enseña que los esposos y las esposas deben amarse mutuamente y velar el uno por el otro “así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).
Los matrimonios de éxito requieren atención constante para permanecer fuertes y saludables. Requieren un amor y sacrificio semejantes a los de Cristo.
