Parecería que todas aquellas que dijeron que habría sólo un brindis, desearon todo lo contrario y terminaron saludando a más de 300 invitados el día de su boda.
Casi siempre es la mamá de la novia y su familia los que ponen el grito en el cielo al escuchar que los novios dicen: “No queremos una gran fiesta”.
La mamá, por supuesto, siempre tiene algo que contestar: “¿Cómo no me vas a dar ese gusto, si eres la primera hija?”; o algo como: “Todas tus hermanas tuvieron una gran boda y tú no vas a ser menos, ¿pues qué va a decir la gente?”.
Y suceden dos cosas: o los novios se animan y se convencen, o los convencen y los animan, porque la fiesta de todas formas se va a hacer.
Muchas veces terminan estando de acuerdo porque son los padres los que financian la boda, y culturalmente es como si fuera para que los papás la disfrutaran.
Pero hay novios que aún pagando ellos mismos su fiesta, les llegan misteriosamente los padrinos que logran hacer de su fiesta algo más fastuoso que lo planeado.
La recepción implica muchísimo gasto, por ello, algunas parejas planean algo sin tanto lujo, sólo con la familia.
Pero bien saben que los suyos son muchos, y es muy difícil ir descartando a los invitados, así que a veces, por más que quieran, la lista no se puede reducir.
La familia es tan mitotera, que no le importa que las cosas no hayan salido como ellos hubieran deseado y como quiera se hace fiesta, comenta Lucía.
“Yo estaba embarazada, y ya medio se me notaba, pero mi mamá hizo que buscáramos y buscáramos el vestido que mejor me quedara, en dos semanas rentó un salón y hasta hubo mariachi”.
“Después de todo, soy su única hija y creo que mi mamá no iba a estar dispuesta a que nadie le quitara el gusto de la fiesta”.
Hay otros casos en que la intervención familiar es necesaria, la novia trabaja todo el día, o confía mucho en el gusto de su mamá, que con sólo platicarle sus ideas es necesario para que ella transforme en majestuosa, la íntima boda que acordaron.
“Yo quería una boda pequeña y no la podía organizar”, cuenta Rossana, “como yo iba y venía al extranjero por lo de mi maestría, mi mamá se encargó de organizarlo todo”.
Y así, tuvo una fiesta de 200 invitados, cuando sólo había pensado en 70.
“Pero fue una boda muy hermosa, y le agradezco a mi mamá haber hecho con gusto el trabajo más pesado”.
Es bien sabido que para los padres, la boda de sus hijos es como un broche de oro en sus vidas como educadores, y siempre que vienen estos recuerdos a sus mentes, se sienten orgullosos de su labor, de ahí que quieran ser los mejores anfitriones.
“Mi suegro terminó por convencerme de que hiciéramos fiesta, con el argumento de que “cómo su primera hija no iba a tener una boda como se debe”. Y ni modo, donde manda capitán, no gobierna marinero, relata Carlos.
“La fiesta fue en el jardín de su casa, él se encargó del menú, y estuvo en todo, hasta fue a rentar las carpas, que al final ni se ocuparon, pero como ese día amaneció lloviendo corrió a conseguirlas a cualquier precio”.
“Mi suegro murió tres años después, y sé que me hubiera arrepentido de no haberle dado ese gusto”.
Hay también algunos novios que tal vez sí desean una fiesta grande, y no tienen los recursos suficientes para cumplir con sus expectativas, pero que milagrosamente, les llegan las “hadas madrinas”.
“Sin pedirlo, tíos y amigos se autonombraron padrinos y se encargaron de la música, los arreglos florales y hasta los compadres de mi papá pagaron la bebida, y la fiesta fue más bonita y mucho más grande de lo planeada”, comenta Gisela.
Con padrinos, mamás o compadres, en todas estas historias al parecer los novios estuvieron de acuerdo, pero cuidado cuando la intromisión es tanta que ya todos deciden cómo será la celebración, menos los novios.
Lo que sí es cierto y cada vez más frecuente, es que cuando los novios piensan en casarse, más bien ubican una recepción pequeña, tal vez sólo un brindis, para poder ahorrar e invertir el dinero en una casa o en la luna de miel, sin embargo, tal parece que todos se confabulan para que todas las bodas terminen en una gran recepción.
